s desarro-
llados un producto que no ostente el imprimatur de la prod .
llados un producto que no ostente el imprimatur de la prod .
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
noma le exime de la responsabilidad este?
tica, cuyos ca?
nones le parecen reaccionarios en la medida en que de hecho todas sus intenciones de ennoblecimiento arti?
stico tienen un aspec- to oblicuo, poco estable y sin correccio?
n en la forma - algo crea.
do exprofeso para el connai?
sseur.
Cuanto ma?
s pretende elcine ser un arte, ma?
s se asemeja al oropel.
Los mismos protagonistas lo ha.
cen evidente, y encima se presentan, con su cursileri?
a crudamente material de cri?
ticos de una interioridad que con el tiempo se ha
*GOETHI:, DasGsni? iche. [N. drlr. ) 204
? ? ? ? ? ? pueblo no significa, sin embargo, que las masas sean peores, de acuerdo con la idea propagada por el romanticismo. Ma? s bien ocu- rre que en la forma nueva, radicalmente enajenada, que adquiere la sociedad y so? lo en ella se revela la falsedad de la antigua. Los mismos rasgos de la industria cultural que reclaman la herencia del arte popular se hacen sospechosos en tal sociedad. El cine tiene una fuerza retroactiva: su crueldad optimista manifiesta en el cuen-
to lo que siempre estuvo al servido de la injusticia, y en los bri- bones estereotipados se insinu? a el rostro de aquellos a los que la sociedad integral condena - y cuya condenacio? n ha sido desde siempre el suen? o de la socializacio? n. De ahi? que la muerte del arte individualista no constituya ninguna justificacio? n para un arte que se comporta como si el sujeto que lo crea, que reacciona de manera arcaica, sea el sujeto natural, cuando e? ste no representa sino al sindicato, desde luego inconsciente, de unas pocas grandes empresas. Si las propias masas tienen en cuanto clientes alguna
influencia sobre el cine, e? sta es tan abstracta como las entradas que se pagan, que han llegado a reemplazar al aplauso matizado: la mera decisio? n por el si? o el no a una oferta montada en la des- proporcio? n entre el poder concentrado y la impotencia dispersa. Finalmente, el hecho de que en el cine deban intervenir numerosos expertos, incluso simples te? cnicos, garantiza tan poco su humani- dad como la decisio? n de los gremios cienti? ficos competentes la de las bombas y los gases to? xicos.
La refinada palabreri? a sobre el arte cinematogra? fico sin duda es cosa de los escritorzuelos que quieren destacar, pero la apela- cio? n consciente a la ingenuidad, a la apati? a de los siervos, que desde hace tiempo se esta? int roduciendo entre las ideas de los se- n? ores, ya no tiene validez. El cine, que hoy acompan? a inevitable- mente a los hombres como si fuese una parte de ellos, es al mis-
mo tiempo lo ma? s alejado de su destino humano, del que se va realizando di? a tras di? as, y la apologe? tica vive de la resistencia a pensar esa antinomia. El que las personas que hacen las peli? culas no sean en absoluto sujetos intrigantes no contradice el hecho. El espi? ritu objetivo de la manipulacio? n se impone con reglas experi- mentales, valo~acio? nes de cada situacio? n, criterios te? cnicos, ca? lcu- los econo? micamente inevitables y todo el peso del aparato i? ndus-
trial sin antes someterse e? l mismo a alguna censura, y si alguien consultase a las masas, e? stas le devolveri? an reflejada la ubicuidad del sistema. Los productores actu? an como sujetos en tan escaso grado como sus trabajadores y sus consumidores, siendo como son
u? nicamente partes de la maquinaria independizada. ]J('I'(l (? 11II~1l damiento de corte hegeliano de que el arte de masas n~sp{'ll' 1? 1 gusto real de las masas y no el de los intelectuales negadores . 11,1 mismo es una usurpacio? n. La contraposicio? n del cine como idcolo- gfa omni? abercadora a los intereses objetivos de los hombres, el engranaje con el status quo del provecho, la mala conciencia y el engan? o pueden reconocerse de modo directo. Ninguna apelacio? n a un estado fa? ctico y previo de la conciencia tendri? a jama? s dere- cho al veto contra una indagacio? n que fuera ma? s alla? de ese estado de la conciencia al poner el dedo sobre la contradiccio? n de e? ste consigo mismo y con las relaciones objetivas. Es posible que el profesor alema? n fascista tuviera razo? n y tambie? n las canciones populares que fueron verdaderamente populares vivieran ya del hundido patrimonio cultural de las capas superiores. No en vano es todo arte popular deleznable y, como las peli? culas, no <<orga? ni- co>>. Pero entre la antigua injusticia, cuya voz lastimera au? n se puede oi? r donde pervive transfigurada, y la alienacio? n que se afir- ma a sf misma como adhesio? n y que taimadamente crea la aparien- cia de cercani? a humana sirvie? ndose de mega? fonos y psicologi? a de la propaganda, hay una diferencia semejante a la que existe entre la madre que para tranquilizar al nin? o de su miedo a los duendes le narra el cuento en el que los buenos son premiados y los malos
castigados y la produccio? n cinematogra? fica que de manera chillona y agresiva mete por los ojos y oi? dos de los espectadores la justicia que impera en cada ordenacio? n del mundo de cada pai? s para in- fundir les de forma nueva y ma? s eficaz el ant iguo temor . Los sue- n? os propios de los cuentos, que tan fa? cilmente invocan al nin? o en el hombre, no son sino la regresio? n organizada por la ilustracio? n total, y donde con mayor confianza tocan en el hombro a los es- pectadores es donde ma? s palmariamente se delata. La inmediatez, la comunidad del pueblo creada por el cine desemboca sin resto en la mediacio? n que rebaja a los hombres y a todo lo humano a la condicio? n de cosas de un modo tan perfecto que resulta imposible percibir su contr aposicio? n a las cosas, el hechizo de la cosificacio? n misma. El cine ha conseguido transformar a los sujetos en funcio- nes sociales tan por ente ro que los atrapa dos, olvid ados ya de todo conflicto, saborean su propia deshumanizacio? n como algo humano, como la felicidad de lo ca? lido. La total interconexio? n de la industria cultural, que nada deja fuera, es una con la total obce- cacio? n social. De ahi? que le resulte tan fa? cil rebatir los argumentos
cont rarios a ella.
206
207
? ? ? ? ? 132
Edicio? n Piper . ". - La sociedad es ya integral antes de ser gober- nada de modo totalitario. Su organizacio? n abarca incluso 3 los que ladesafian normando su conciencia. Hasta los intelectuales que de- nen preparados poli? ticamente todos los argumentos contra la ideologi? a burguesa quedan sujetos a un proceso de estandariza-
cio? n que, aun cuando su contenido ofrece el ma? s abierto contraste, por su disposicio? n al acomodamiento se enmarca de tal manera en el espi? ritu objetivo que su perspectiva se hace de hecho cada vez ma? s contingente y hasta dependiente de sus ma? s ligeras preferen-
cias o de la evaluacio? n de sus posibilidades. Lo que les parece sub- jetivamente radical, objetivamente obedece tan por completo a una parcela del esquema reservada a ellos y a sus iguales, que el radica- lismo desciende al nivel de un prestigio abstracto, de una legiti- macio? n del que sabe a favor o en contra de que? debe estar hoy di? a
un intelectual. Los bienes por los que optan esta? n hace tiempo tan reconocidos, determinados en nu? mero Y fijados en la jerarqufa de valores como los de las hermandades de estudiantes, Al tiempo que claman contra la cursileri? a oficial, su intelecto se somete como un nin? o obediente al re? gimen previamente rebuscado, a los cliche? s
de los enemigos de los cliche? s. La vivienda de estos jo? venes bohe? - mi? ens se asemeja a su hogar intelectual. En la pared, las reproduc- ciones engan? osamente fieles al original de ce? lebres van Goghs, como los Girasoles o el Cafe? de ArIes; en la estanterfa, un extracto de socialismo y psicoana? lisis juntO a un poco de sexologia para
desinhibidos ron inhibiciones, A esto la edicio? n R,mdom Houst de Prousr - la traduccio? n de Scott-Moncrieff hubicra merecido mejor suerte-c-, el exclusivismo por los precios mo? dicos _yeso so? lo por el aspecto, la forma econo? mico? compacta del cmni? bus-r-
y la mofa del autor, que en cada frase desmantela las opiniones co- rrientes mientras que, como homosexual laureado, tiene ahora entre los adolescentes un significado parejo al de los libros de animales de nuestros bosques y la expedicio? n al Polo Norte en
el hogar alema? n, Adema? s, el gramo? fono con la cantara a Lineoln obra de un valiente, en la que todo se reduce a unas estaciones de ferrocarril, junto al obligadamente admirado folklore de Okla- homa y algunos ruidosos discos de ;al l con los que se sienten a un
tiempo colectivos, atrevidos y co? modos, Todos los juicios cuentan con la aprobacio? n de los amigos, todos los argumentos los conocen
* Nombre de una veterana Y conocida editorial alemana, [N. del r ,) 208
ya ~e al". 'dem'lno. El hecho de que todos los productos de la cultu- ra, mcnn os os no conf i? st "
de di lb " d 1 orrms as, esten incorporados al mecanismo ism ucron e gran capital, de que en los pai? ses ma?
s desarro-
llados un producto que no ostente el imprimatur de la prod . , en masa apenas encuentre un lector, un espectador o un u. "lon ~estadesde ,el principi~sustancia al a? nimo discrepante, Has~;e~~f:
a se ,convl:rte en pieza de inventario del estudio real uilado
volverse entre el
:a
' mdlsmos,mi'delectLflales esta? n ya tan bien asentados en lo~stable~ . . ,do esuatsaaeseraquencs '
con la firma de algu? n h'
h~no . lc~enroa,s. ~uelo que se les sirve t~ roui. ambicio? n se limita a desen- ~epertono aceptado, a encontrar la consigna ro-
rrecta El
expec;acio? :c;;~~n~s~a? ~~e~:s~~,:arado~es pura ilusio? n y mera gruesas gafas de cristales planos a I:J~:raed; e:ar~:di~idarsn? in
,
d i ' O? versal ma? s <<brillantes L . . , o e a competencia um- i ' 1 " ' >>, a precondicio? n subjetiva para la oposi-
con, e JUICIO no normado ' ,
decanta en ritual de grupos' ~ fxungue ml~ntras su conducta se
ura.
133
hAPorJaciO? n_11 labistori? adelasideas. - Enmiejemplardelzs. raJoustra del ano 1910 se encuentran al final anuncios de la edi-
tonal. Todos ellos van di rigidos a la tribu de los 1 ' - d N' sebetal l ' o. . . s e tetz-
como se a Imaginaba Alfred Kro? ner en Leipaig que debio? conocerla a fondo, e Los ideales de vida de Ad lbe S ' L L S '
para parecer ante st mismos y en el sen
para que tiren a Kafka y a v~n? ~gnhnaol:~
sltama? s que carraspear
boda h did a rt voeooa. va-
,
a encen 1 o con su obra una ah" II'ma 1'1um'madora que " <>.
ar~J? una potente luz sobre todos los problemas del inquieto cspmru lrumano y nos po ' I 1
' l i d 1 . nc e ararnente ante os ojos los aute? nti- cos reeaes ,e a razo? n, el arte y la cultura, El libro en formato grande y "lUJosamente presentado, esta? escrito del pri'ncipio al fin e~,unes~1oatra~entI' cautivador,sugerenteydida? ctico,yprodu- f,l~a un e ecro est~mu ante sobre todos los espi? ritus verdaderamente
1 re~, como un an? ~ tonificante o el aire fresco de la montan? a ,. Su rotulo: la humamdad y una hum nid d ' '
'd ' " a I a casr tan recomendable como Dnvi Pricdri? ch Srrauss <<Sobr I Z h
Zerbst Ha dos N' , e e arat ustra, por Mex Io? f 'd y da' ? "dtzsche, Uno es el universalmente conocido 'H.
oso() emoa e eslumb '
'1 'b ' rente escnror y expresivo maestro del
esn o, cuyo nom re esta ahora en todas las bocas y los ti? tulos de 209
? ? ? cuyas obras se han convertido en unos cuantos lemas mal enten- didos que han engrosado el inestable patrimonio de las personas 'cultas'. El otro Nietzsche es el abisma? tico e inagotable pensador y psico? logo, el escrutador de los grandes hombres y los valores vitales, de una fuerza espiritual y una potencia intelectual sin igual y que dominara? el i? ururo. El propo? sito de las dos conferen- cias contenidas en este librito es el de hacer comprensible este otro Nietzsche a los ma? s serios y perspicaces hombres modernos. >> Sin embargo, yo preferida al primero. Porque el otro es <<El filo? - sofo y el aristo? crata, una contribucio? n a la caracterizacio? n de Fried- rich Nietzsche debida a Meta van Salis-Marschlins. El libro atrae
por su honesta interpretacio? n de todos los sentimientos que la personalidad de Nietzsche ha despertado en un alma femenina consciente de si? misma? . No olvides el la? tigo, adverti? a Zarathustra. Otra opcio? n es e? sta: <<La filosofi? a del gozo de Maz Zerbst. El Dr. Max Zerbst parte de Nietzsche, pero intenta superar ciertas par? cialidades de Nietzsche. . . El autor no se entrega a la fri? a abstrae-
? cio? n; se traca ma? s bien de un himno, un himno filoso? fico al gozo. >> Como una chanza estudiantil. Pero no nos quedemos en parciali- dades. Mejor vayamos derechos al cielo de los ateos: <<Los cuatro Evangelios en alema? n con introduccio? n y notas del Dr. Heinrich Schmidt. Frente a la forma corrompida, repetidas veces alterada en que se nos ha transmitido el Evangelio, esta nueva edicio? n se remonta a las fuentes, por lo que sera? de un inestimable valor no so? lo para los homb res verdade ramente religiosos , sino tam bie? n para aquellos 'anticristos' que persiguen fines sociales. ? La elec- cio? n se le hace a uno dificil, pero se puede estar plenamente segu- ra de que ambas e? lites son tan compatibles como los Sino? pticos: <<El Evangelio del hombre nuevo (una si? ntesis de Nietzsche y Cristo)' po r Carl Martin . Un maravilloso devocionario. Tod o cuan-
to de la ciencia y e! arte contempora? neos ha entrado en pole? mica con los espi? ritus de! pasado, ha conseguido echar rafees y florecer en este intelecto maduro pese a su juventud. y lo ma? s notable: este hombre 'nuevo', nuevo en todos los respectos, obtiene para si? y para nosotros su to? nico elixir de un antiguo manantial: de aquel mensaje salvador cuyos ma? s puros acentos sonaron en el ser-
mo? n de la montan? a. . . Hasta en la forma hallamos la sencillez y grandeza de aquellas palabras. ? Su rotulo: cultura e? tica. El mila- gro ocurrio? hara? ya cuarenta an? os, }' tambie? n hace veinte, despue? s de que el ingenio alrededor de Nietzsche tuviera razones para decidir cortar su comunicacio? n con el mundo. No sirvio? de nada - al instante todos los eclesia? sticos y todos los exponentes de
aquella cultura e? tica organizada, que ma? s tarde en Nueva York adiestrari? a a las emigrantes que una vez fueron afortunadas para camareras, se hicieron con la herencia dejada por aquel que le horrorizaba que alguien pudiera escucharle como si estuviese can- tando <<para adentro una barcarola>>. Ya entonces la esperanza de arrojar la botella con el mensaje en la pleamar de la su? bita barba. rie era una visio? n optimista: las letras desesperadas quedaron hun- didas en e! barro de! manantial, y una banda de aristo? cratas y otros granujas las transformaron en arti? sticos pero baracas deco- rados. Desde entonces e! progreso de la comunicacio? n ha cobrado nuevos impulsos. Despue? s de todo, ? para que? irritarse contra los espi? ritus libe? rrimos cuando ya no escriben para una imaginaria posteridad, cuya familiaridad supera si cabe a la de los contem- pora? neos, sino so? lo para un Dios muerto?
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El error de ]uvcnal. - E s difi? cil escribir una sanra No so? lo porque la situacio? n que ma? s pueda prestarse a ella se burla de toda burla. La ironi? a culpa a su objeto presenta? ndolo como algo exis- tente y midie? ndolo sin juicio alguno, ahorra? ndose en cierto modo e! sujeto que lo contempla, por su ser en si? . Lo negativo entra en ella en tanto que confronta lo positivo con la pretensio? n de positividad que hay en e? l. Y se anula a si misma en cuanto in-
cluye te? rminos interpretativos. Por otra parte da por va? lida la idea sobreentendida que originariamente no es sino la resonancia social. So? lo donde se acepta el consenso forzoso entre los indivi- duos es la reflexio? n subjetiva, la ejecucio? n de! acto intelectivo, su- perflua. El que cuenta con la aprobacio? n general no necesita pro- bar nada. Como consecuencia la sa? tira ha mantenido histo? ricamen- te durante siglos, hasta la e? poca de Voltaire, buenas relaciones con los poderosos en los que confiaba. con la autoridad. En la mayori? a de los casos estaba de parte de las capas ma? s viejas amenazadas por las primeras fases de la Ilus tracio? n, que trataban de apuntalar su tradicionalismo con medios ilustrados: su objeto invariable era la decadencia de las costumbres. Por ello, lo que en un tiempo se manejaba como un florete aparecera? ante las nuevas generacio- nes con la forma de una tosca estaca. La ambigua espiritualiznci o? n del feno? meno desea siempre mostrar al sati? rico como un sujeto gracioso y nivelado con el progreso, pero 10 normal es que este?
*GOETHI:, DasGsni? iche. [N. drlr. ) 204
? ? ? ? ? ? pueblo no significa, sin embargo, que las masas sean peores, de acuerdo con la idea propagada por el romanticismo. Ma? s bien ocu- rre que en la forma nueva, radicalmente enajenada, que adquiere la sociedad y so? lo en ella se revela la falsedad de la antigua. Los mismos rasgos de la industria cultural que reclaman la herencia del arte popular se hacen sospechosos en tal sociedad. El cine tiene una fuerza retroactiva: su crueldad optimista manifiesta en el cuen-
to lo que siempre estuvo al servido de la injusticia, y en los bri- bones estereotipados se insinu? a el rostro de aquellos a los que la sociedad integral condena - y cuya condenacio? n ha sido desde siempre el suen? o de la socializacio? n. De ahi? que la muerte del arte individualista no constituya ninguna justificacio? n para un arte que se comporta como si el sujeto que lo crea, que reacciona de manera arcaica, sea el sujeto natural, cuando e? ste no representa sino al sindicato, desde luego inconsciente, de unas pocas grandes empresas. Si las propias masas tienen en cuanto clientes alguna
influencia sobre el cine, e? sta es tan abstracta como las entradas que se pagan, que han llegado a reemplazar al aplauso matizado: la mera decisio? n por el si? o el no a una oferta montada en la des- proporcio? n entre el poder concentrado y la impotencia dispersa. Finalmente, el hecho de que en el cine deban intervenir numerosos expertos, incluso simples te? cnicos, garantiza tan poco su humani- dad como la decisio? n de los gremios cienti? ficos competentes la de las bombas y los gases to? xicos.
La refinada palabreri? a sobre el arte cinematogra? fico sin duda es cosa de los escritorzuelos que quieren destacar, pero la apela- cio? n consciente a la ingenuidad, a la apati? a de los siervos, que desde hace tiempo se esta? int roduciendo entre las ideas de los se- n? ores, ya no tiene validez. El cine, que hoy acompan? a inevitable- mente a los hombres como si fuese una parte de ellos, es al mis-
mo tiempo lo ma? s alejado de su destino humano, del que se va realizando di? a tras di? as, y la apologe? tica vive de la resistencia a pensar esa antinomia. El que las personas que hacen las peli? culas no sean en absoluto sujetos intrigantes no contradice el hecho. El espi? ritu objetivo de la manipulacio? n se impone con reglas experi- mentales, valo~acio? nes de cada situacio? n, criterios te? cnicos, ca? lcu- los econo? micamente inevitables y todo el peso del aparato i? ndus-
trial sin antes someterse e? l mismo a alguna censura, y si alguien consultase a las masas, e? stas le devolveri? an reflejada la ubicuidad del sistema. Los productores actu? an como sujetos en tan escaso grado como sus trabajadores y sus consumidores, siendo como son
u? nicamente partes de la maquinaria independizada. ]J('I'(l (? 11II~1l damiento de corte hegeliano de que el arte de masas n~sp{'ll' 1? 1 gusto real de las masas y no el de los intelectuales negadores . 11,1 mismo es una usurpacio? n. La contraposicio? n del cine como idcolo- gfa omni? abercadora a los intereses objetivos de los hombres, el engranaje con el status quo del provecho, la mala conciencia y el engan? o pueden reconocerse de modo directo. Ninguna apelacio? n a un estado fa? ctico y previo de la conciencia tendri? a jama? s dere- cho al veto contra una indagacio? n que fuera ma? s alla? de ese estado de la conciencia al poner el dedo sobre la contradiccio? n de e? ste consigo mismo y con las relaciones objetivas. Es posible que el profesor alema? n fascista tuviera razo? n y tambie? n las canciones populares que fueron verdaderamente populares vivieran ya del hundido patrimonio cultural de las capas superiores. No en vano es todo arte popular deleznable y, como las peli? culas, no <<orga? ni- co>>. Pero entre la antigua injusticia, cuya voz lastimera au? n se puede oi? r donde pervive transfigurada, y la alienacio? n que se afir- ma a sf misma como adhesio? n y que taimadamente crea la aparien- cia de cercani? a humana sirvie? ndose de mega? fonos y psicologi? a de la propaganda, hay una diferencia semejante a la que existe entre la madre que para tranquilizar al nin? o de su miedo a los duendes le narra el cuento en el que los buenos son premiados y los malos
castigados y la produccio? n cinematogra? fica que de manera chillona y agresiva mete por los ojos y oi? dos de los espectadores la justicia que impera en cada ordenacio? n del mundo de cada pai? s para in- fundir les de forma nueva y ma? s eficaz el ant iguo temor . Los sue- n? os propios de los cuentos, que tan fa? cilmente invocan al nin? o en el hombre, no son sino la regresio? n organizada por la ilustracio? n total, y donde con mayor confianza tocan en el hombro a los es- pectadores es donde ma? s palmariamente se delata. La inmediatez, la comunidad del pueblo creada por el cine desemboca sin resto en la mediacio? n que rebaja a los hombres y a todo lo humano a la condicio? n de cosas de un modo tan perfecto que resulta imposible percibir su contr aposicio? n a las cosas, el hechizo de la cosificacio? n misma. El cine ha conseguido transformar a los sujetos en funcio- nes sociales tan por ente ro que los atrapa dos, olvid ados ya de todo conflicto, saborean su propia deshumanizacio? n como algo humano, como la felicidad de lo ca? lido. La total interconexio? n de la industria cultural, que nada deja fuera, es una con la total obce- cacio? n social. De ahi? que le resulte tan fa? cil rebatir los argumentos
cont rarios a ella.
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Edicio? n Piper . ". - La sociedad es ya integral antes de ser gober- nada de modo totalitario. Su organizacio? n abarca incluso 3 los que ladesafian normando su conciencia. Hasta los intelectuales que de- nen preparados poli? ticamente todos los argumentos contra la ideologi? a burguesa quedan sujetos a un proceso de estandariza-
cio? n que, aun cuando su contenido ofrece el ma? s abierto contraste, por su disposicio? n al acomodamiento se enmarca de tal manera en el espi? ritu objetivo que su perspectiva se hace de hecho cada vez ma? s contingente y hasta dependiente de sus ma? s ligeras preferen-
cias o de la evaluacio? n de sus posibilidades. Lo que les parece sub- jetivamente radical, objetivamente obedece tan por completo a una parcela del esquema reservada a ellos y a sus iguales, que el radica- lismo desciende al nivel de un prestigio abstracto, de una legiti- macio? n del que sabe a favor o en contra de que? debe estar hoy di? a
un intelectual. Los bienes por los que optan esta? n hace tiempo tan reconocidos, determinados en nu? mero Y fijados en la jerarqufa de valores como los de las hermandades de estudiantes, Al tiempo que claman contra la cursileri? a oficial, su intelecto se somete como un nin? o obediente al re? gimen previamente rebuscado, a los cliche? s
de los enemigos de los cliche? s. La vivienda de estos jo? venes bohe? - mi? ens se asemeja a su hogar intelectual. En la pared, las reproduc- ciones engan? osamente fieles al original de ce? lebres van Goghs, como los Girasoles o el Cafe? de ArIes; en la estanterfa, un extracto de socialismo y psicoana? lisis juntO a un poco de sexologia para
desinhibidos ron inhibiciones, A esto la edicio? n R,mdom Houst de Prousr - la traduccio? n de Scott-Moncrieff hubicra merecido mejor suerte-c-, el exclusivismo por los precios mo? dicos _yeso so? lo por el aspecto, la forma econo? mico? compacta del cmni? bus-r-
y la mofa del autor, que en cada frase desmantela las opiniones co- rrientes mientras que, como homosexual laureado, tiene ahora entre los adolescentes un significado parejo al de los libros de animales de nuestros bosques y la expedicio? n al Polo Norte en
el hogar alema? n, Adema? s, el gramo? fono con la cantara a Lineoln obra de un valiente, en la que todo se reduce a unas estaciones de ferrocarril, junto al obligadamente admirado folklore de Okla- homa y algunos ruidosos discos de ;al l con los que se sienten a un
tiempo colectivos, atrevidos y co? modos, Todos los juicios cuentan con la aprobacio? n de los amigos, todos los argumentos los conocen
* Nombre de una veterana Y conocida editorial alemana, [N. del r ,) 208
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de di lb " d 1 orrms as, esten incorporados al mecanismo ism ucron e gran capital, de que en los pai? ses ma?
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llados un producto que no ostente el imprimatur de la prod . , en masa apenas encuentre un lector, un espectador o un u. "lon ~estadesde ,el principi~sustancia al a? nimo discrepante, Has~;e~~f:
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,
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decanta en ritual de grupos' ~ fxungue ml~ntras su conducta se
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133
hAPorJaciO? n_11 labistori? adelasideas. - Enmiejemplardelzs. raJoustra del ano 1910 se encuentran al final anuncios de la edi-
tonal. Todos ellos van di rigidos a la tribu de los 1 ' - d N' sebetal l ' o. . . s e tetz-
como se a Imaginaba Alfred Kro? ner en Leipaig que debio? conocerla a fondo, e Los ideales de vida de Ad lbe S ' L L S '
para parecer ante st mismos y en el sen
para que tiren a Kafka y a v~n? ~gnhnaol:~
sltama? s que carraspear
boda h did a rt voeooa. va-
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ar~J? una potente luz sobre todos los problemas del inquieto cspmru lrumano y nos po ' I 1
' l i d 1 . nc e ararnente ante os ojos los aute? nti- cos reeaes ,e a razo? n, el arte y la cultura, El libro en formato grande y "lUJosamente presentado, esta? escrito del pri'ncipio al fin e~,unes~1oatra~entI' cautivador,sugerenteydida? ctico,yprodu- f,l~a un e ecro est~mu ante sobre todos los espi? ritus verdaderamente
1 re~, como un an? ~ tonificante o el aire fresco de la montan? a ,. Su rotulo: la humamdad y una hum nid d ' '
'd ' " a I a casr tan recomendable como Dnvi Pricdri? ch Srrauss <<Sobr I Z h
Zerbst Ha dos N' , e e arat ustra, por Mex Io? f 'd y da' ? "dtzsche, Uno es el universalmente conocido 'H.
oso() emoa e eslumb '
'1 'b ' rente escnror y expresivo maestro del
esn o, cuyo nom re esta ahora en todas las bocas y los ti? tulos de 209
? ? ? cuyas obras se han convertido en unos cuantos lemas mal enten- didos que han engrosado el inestable patrimonio de las personas 'cultas'. El otro Nietzsche es el abisma? tico e inagotable pensador y psico? logo, el escrutador de los grandes hombres y los valores vitales, de una fuerza espiritual y una potencia intelectual sin igual y que dominara? el i? ururo. El propo? sito de las dos conferen- cias contenidas en este librito es el de hacer comprensible este otro Nietzsche a los ma? s serios y perspicaces hombres modernos. >> Sin embargo, yo preferida al primero. Porque el otro es <<El filo? - sofo y el aristo? crata, una contribucio? n a la caracterizacio? n de Fried- rich Nietzsche debida a Meta van Salis-Marschlins. El libro atrae
por su honesta interpretacio? n de todos los sentimientos que la personalidad de Nietzsche ha despertado en un alma femenina consciente de si? misma? . No olvides el la? tigo, adverti? a Zarathustra. Otra opcio? n es e? sta: <<La filosofi? a del gozo de Maz Zerbst. El Dr. Max Zerbst parte de Nietzsche, pero intenta superar ciertas par? cialidades de Nietzsche. . . El autor no se entrega a la fri? a abstrae-
? cio? n; se traca ma? s bien de un himno, un himno filoso? fico al gozo. >> Como una chanza estudiantil. Pero no nos quedemos en parciali- dades. Mejor vayamos derechos al cielo de los ateos: <<Los cuatro Evangelios en alema? n con introduccio? n y notas del Dr. Heinrich Schmidt. Frente a la forma corrompida, repetidas veces alterada en que se nos ha transmitido el Evangelio, esta nueva edicio? n se remonta a las fuentes, por lo que sera? de un inestimable valor no so? lo para los homb res verdade ramente religiosos , sino tam bie? n para aquellos 'anticristos' que persiguen fines sociales. ? La elec- cio? n se le hace a uno dificil, pero se puede estar plenamente segu- ra de que ambas e? lites son tan compatibles como los Sino? pticos: <<El Evangelio del hombre nuevo (una si? ntesis de Nietzsche y Cristo)' po r Carl Martin . Un maravilloso devocionario. Tod o cuan-
to de la ciencia y e! arte contempora? neos ha entrado en pole? mica con los espi? ritus de! pasado, ha conseguido echar rafees y florecer en este intelecto maduro pese a su juventud. y lo ma? s notable: este hombre 'nuevo', nuevo en todos los respectos, obtiene para si? y para nosotros su to? nico elixir de un antiguo manantial: de aquel mensaje salvador cuyos ma? s puros acentos sonaron en el ser-
mo? n de la montan? a. . . Hasta en la forma hallamos la sencillez y grandeza de aquellas palabras. ? Su rotulo: cultura e? tica. El mila- gro ocurrio? hara? ya cuarenta an? os, }' tambie? n hace veinte, despue? s de que el ingenio alrededor de Nietzsche tuviera razones para decidir cortar su comunicacio? n con el mundo. No sirvio? de nada - al instante todos los eclesia? sticos y todos los exponentes de
aquella cultura e? tica organizada, que ma? s tarde en Nueva York adiestrari? a a las emigrantes que una vez fueron afortunadas para camareras, se hicieron con la herencia dejada por aquel que le horrorizaba que alguien pudiera escucharle como si estuviese can- tando <<para adentro una barcarola>>. Ya entonces la esperanza de arrojar la botella con el mensaje en la pleamar de la su? bita barba. rie era una visio? n optimista: las letras desesperadas quedaron hun- didas en e! barro de! manantial, y una banda de aristo? cratas y otros granujas las transformaron en arti? sticos pero baracas deco- rados. Desde entonces e! progreso de la comunicacio? n ha cobrado nuevos impulsos. Despue? s de todo, ? para que? irritarse contra los espi? ritus libe? rrimos cuando ya no escriben para una imaginaria posteridad, cuya familiaridad supera si cabe a la de los contem- pora? neos, sino so? lo para un Dios muerto?
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El error de ]uvcnal. - E s difi? cil escribir una sanra No so? lo porque la situacio? n que ma? s pueda prestarse a ella se burla de toda burla. La ironi? a culpa a su objeto presenta? ndolo como algo exis- tente y midie? ndolo sin juicio alguno, ahorra? ndose en cierto modo e! sujeto que lo contempla, por su ser en si? . Lo negativo entra en ella en tanto que confronta lo positivo con la pretensio? n de positividad que hay en e? l. Y se anula a si misma en cuanto in-
cluye te? rminos interpretativos. Por otra parte da por va? lida la idea sobreentendida que originariamente no es sino la resonancia social. So? lo donde se acepta el consenso forzoso entre los indivi- duos es la reflexio? n subjetiva, la ejecucio? n de! acto intelectivo, su- perflua. El que cuenta con la aprobacio? n general no necesita pro- bar nada. Como consecuencia la sa? tira ha mantenido histo? ricamen- te durante siglos, hasta la e? poca de Voltaire, buenas relaciones con los poderosos en los que confiaba. con la autoridad. En la mayori? a de los casos estaba de parte de las capas ma? s viejas amenazadas por las primeras fases de la Ilus tracio? n, que trataban de apuntalar su tradicionalismo con medios ilustrados: su objeto invariable era la decadencia de las costumbres. Por ello, lo que en un tiempo se manejaba como un florete aparecera? ante las nuevas generacio- nes con la forma de una tosca estaca. La ambigua espiritualiznci o? n del feno? meno desea siempre mostrar al sati? rico como un sujeto gracioso y nivelado con el progreso, pero 10 normal es que este?
