a
coloreada
de la pequen?
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
n todos los idealistas, que siempre quieren pisotear inhumanamente lo pequen?
o como mera existencia, y la ruda ostentacio?
n de los po- tentados burgueses existe el ma?
s intimo acuerdo.
Es propio de la categori?
a de los gigantes del espi?
ritu el rei?
r estruendosamente el explotar, el destrozar.
Cuando hablan de creaci o?
n se refieren a la voluntad convulsiva de la que se hinchan para forzar las cues-
tiones: del primado de la rezo? n pra? ctica al odio a la teori? a no ha habido ~unca. ma? s que un paso. Esta dina? mica es propia de toda marcha idealista del pensamiento: hasta el esfuerzo inmenso de Hegel de detenerla por medio de si? misma sucumbio? a ella. Pre- tender deducir el mundo en palabras a partir de un principio es la forma de comportamiento propia del que quiere usurpar el po- der en lugar de oponerle resistencia. Los usurpadores dietan fre. cuente ocupacio? n a Schiller. En la glorificacio? n clasicista de la sobe. ranla sobre la naturaleza se refleja lo vulgar e inferior por medie de la sistema? tica aplicacio? n de la negacio? n. Inmediatamente
detra? s del ideal esta? la vida. Los aromas de las rosas del Eli? seo demasiado beatificados para atribuirlos a la experiencia de una u? ni- ca rosa, h. uelen a tabaco de oficina, y el mi? stico requisito lunar se ~reo? a Imagen de la la? mpara de aceite a cuya exigua luz el es- rudiante suda preparando su examen. La debilidad ya utilizo? su fuerza para denunciar como i? deologja las concepciones de la bur- guesi? a supuestamente ascendente en los tiempos en que tronaba contra la tirani? a . En el ma? s i? ntimo recinto del humanismo, en lo que es su verdadera alma, se agita prisionera la fiera humana que
con el fascismo convertira? el mundo en prisio? n.
54
Los bandidoJ. - EI kantiano Schiller es en igual medida menos sensual y m~s sensual que Goethe: tan abstracto como el que cae en la sexualidad . Esta, como deseo inmediato, convierte a todo en objeto de su accio? n, y de esa manera lo hace igual <<Ameli? a para la bandas-e, ante 10 cual Luisa se pone alimonada. Las muje-
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? ? ? ? ? ? ? ? res de Casanova, que no por caso aparecen a menudo con inicia- les en lugar de nombres, apenas se dislinguen unas de otras, como tampoco las figuras que al compa? s del o? rgano meca? nico de Sade forman complicadas pira? mides. Algo de e? sta crudeza sexual, de esta incapacidad para distinguir, hay tambie? n en los grandes siste- mas especulativos del idealismo, pese a todos los imperativos, y que encadena el espi? ritu alema? n con la barbarie alemana. El ardor del campesino, a duras penas mantenido a raya por las amenazas de los cle? rigos, defendio? como algo auto? nomo en la metafi? sica su derecho a reducir a su esencia propia todo lo que se le oponi? a con tan pocos escru? pulos como los lansquenetes a las mujeres de la ciudad conquistada. La pura accio? n (Tathandlung) es la vileza proyectada en <le! cielo estrellado sobre nosotros>>. En cambio la mirada de largo alcance, contemplativa, ante la que se despliegan los hombres y las cosas, es siempre aquella en la que el impulso hacia el objeto queda detenido y sujeto a reflexio? n. La contem- placio? n exenta de violencia, de la que procede todo el gozo de la verdad, esta? sujeta a la condicio? n de que el contemplador no se asimile al objeto. Es la proximidad de la distancia. 5610 porque Tasso, al que los psicoanalistas atribuiri? an un cara? cter destructivo, se acobardaba ante la princesa y fue, como civilizado, vi? ctima de la imposibilidad de lo inmediato, hablan Adelaida, Clara y Margarita el lenguaje directo y desembarazado que las convierte en imagen de la prehistoria. El reflejo de lo vital en las mujeres de Goerbe hubo de pagarse con la renuncia y el alejamiento, y hay en ello algo superior a la mera resignacio? n ante la victoria del orden. La contrafigura absoluta, si? mbolo de la unidad de lo sensual y lo abs- tracto, es Don Juan. Cuando Kerkegaard deci? a que en e? l la sen- sualidad era so? lo principio, palpaba el escrero de la sensualidad misma. En la ri? gida perspectiva de e? sta se halla, en tanto que no deja lugar al conocimiento de si? mismo, lo ano? nimo}' desdichada- mente universal que, en el negativo de la renovada sobcranla del pensamiento, fatalmente se reproduce.
55
* Palabra que significa baile en corro y que metafo? ricamente sintetiza las situaciones creadas en la obra: las relaciones de la prostituta con el sol-
presenta la risuen? a contrafigura de la puritana- , le dice: <<Anda, ? por que? no tocas el piano? >> Ella ni desconoce la finalidad de la proposicio? n ni se resiste propiamente. Su reaccio? n pertenece a un plano ma? s profundo que el de las barreras convencionales o psico- lo? gicas. Delata la frigidez arcaica, el temor del animal hembra al aparcamiento, que no le produce sino dolor. El placer es una ad-
quisicio? n tardi? a, apenas ma? s antigua que la conciencia. Cuando se observa co? mo los animales se unen compulsivameme, como bajo un hechizo, se comprende que decir <<En el gusano alienta ya el placer>> * es una mentira idealista ma? s, por lo menos en 10 que concierne a las jo? venes que viven el amor desde la falta de liber- tad y no lo conocen sino como objeto de coaccio? n, Algo de esto ha permanecido en las mujeres, especialmente en las de la peque- n? a burguesi? a, hasta la era industrial tardi? a. El recuerdo del antiguo trauma pervive a pesar de que el dolor fi? sico y el temor inmediato han sido eliminados por la civilizacio? n. La sociedad continu? a red u-
ciendo la ent rega femenina a la condicio? n de sacrificio de la que libero? a las mujeres. Ningu? n hombre que hiciera proposiciones a una infeliz muchacha dejari? a de reconocer en la oposicio? n de e? sta - a menos que se halle embrutecido-e, el mudo momento de su derecho a la u? nica prerrogativa que concede la sociedad patriarcal a la mujer, la cual, una vez persuadida tras el breve triunfo del <<no>> debe automa? ticamente cargar con las consecuencias. Ella sabe que, desde los ori? genes, por ser la que consiente es al mismo riem. po la engan? ada. Y si a causa de ello se repliega en si? misma, tanto ma? s se engan? ara? . Esto es 10 que encierra el consejo a la novicia
que Wedekind pone en boca de la madama de un burdel: <<So? lo
hay un camino en este mundo para ser feliz, y es hacerlo todo
porque los dema? s sean lo ma? s felices posible. ? El placer propio
tiene como condicio? n un rebajarse sin li? mites, situacio? n de la que
las mujeres, por su temor arcaico, son tan poco duen? as como los
hombres en su presuncio? n. No so? lo la posibilidad objetiva, tamo
bie? n la capacidad subjetiva de felicidad pertenece primariamente a la libertad.
dado, de e? ste con la doncella, de la misma con el ioven caballero, de tal caballero con 111 dama soltera, de e? sta con el hombrc casado y as! hasta Cerrar el corro con las relaciones del conde con la meretriz. Escrita en 1897, su intencio? n era la de mostrar la igualdad de los hombres baio el impulso sexual. [N. del T. ]
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? ? ? 56
ArboJ genea16gico. -Entre Ibsen y S/ruwwdpeur " existe la ma? s profunda afinidad. Esta es del mismo ge? nero que el inva- riable parecido de las instanta? neas de todos los caracteres que llc- nan todos los a? lbumes del siglo 'xIX . ? No es Zappel-Philipp **, por el que pueden pasar los espectros, un verdadero drama fami- liar? ? No describen los versos . y la madre miraba callada I a cada lado de la mesa>> . . . . los aires de la esposa del banquero Bork- man? ? A que? puede atribuirse que Suppen-Kaspar ** acabe con- sumido sino a los pecados de su padre y a la memoria heredada de la culpa? A Priedericb ** el furioso le hace tomar el doctor Stockmann, el enemigo del pueblo, que para aleccionarle le da al perro su salchicha, la amarga pero curativa medicina. Pau/in- chen ** jugando con los f o? sforo s es la fotografi?
a coloreada de la pequen? a HiLJe Wangel de la e? poca en que su madrastra, la dama del mar, la dejo? sola en casa, y el pequen? o Robert . . . . vo- landa ma? s alto que la torre de la iglesia a causa del vendaval, su creador en persona. ? Y que? otra cosa desea Hans Guck-in-die- Luft ** sino ver el sol? ? Quie? n lo atrajo al agua sino la <<Ratten- mamsell>> de El pequen? o Eyoll, de la misma estirpe que el sas- tre ** con su tijera? Pero el severo poeta hace lo mismo que der grosse Nikollls **; sumerge las estampas infantiles de la moderni- dad en su gran tintero, las ennegrece con sus faltas y las saca agita? ndose como marionetas, y de ese modo abre su propio pro- ceso .
57
Excaoacia? n. - En cuanto se pronuncia un nombre como el de Ibsen, inrnediatamenje se levantan voces tacha? ndole a e? l y a sus personajes de anticuados y superados. Son las mismas que hace sesenta an? os se escandalizaban del elemento modernista disgrega-
* F. scnuee. A"di~Freede,31. (N. d~lT. )
** Personajes del popular libro infantil de Hcoinrich Hoffmann (1798- 1874), cada uno de 105 cuales encarna, en una breve historia versificada, las faltas del comportamiento infantil, y sufrco unas consecuencias con cuya dureza no encontramos hoy otra ejemplaridad que la de la e? poca. Entre dichos pcr- sonajes, Struwwrlpcter, que da titulo al libro, representa al nin? o desarre- glado , Zappd ? Philipp al revoltoso, Suppc,,-Kaspay al que se niega a comer y 1fil"s-Cuck-i,,-di~. Luft . 1distrafdoe desatento. [N. del r. l
dar e inmoralmente atrevido de Nora y de Espectros. Ibsen, el burgue? s encarnizado, libero? su encarnizamiento sobre la sociedad de cuyos principios mismos recibio? su inflexibilidad y sus ideales. Represento? . a los diputados de la mayori? a compacta, que abuchea- ba al enemIgo del pueblo, en un pate? tico pero grani? tico monumen- to, y e? stos no se sienten todavi? a adulados. De ahi? que sigan es. tanda a la orden del di? a. Donde las gentes razonables son una? ni- mes en . calificar la conducta de los no razonables puede sospe-
c~arsc: siempre un no logrado arrumbamiento, algunas dolorosas clca~rlces'. Tal ocurre con el tema de la mujer. Es cierto que con la disoluci o? n de la economi? a competitiva liberal-masculina con la parti. cipacio? n . de las mujeres en el empleo pu? blico - q ue ? 'as hace tan independientes como los hombres dependientes- con el en- canto de la familia y el ablandamiento de los tebu? es 'sexuales el problema ya no . es, en la superficie, tan <<agudo>>. Pero la persis- tencia de la SOCIedad tradicional al mismo tiempo ha torcido la
emancipacio? n de la mujer . Nada es tan sintoma? tico de la decaden- cia del movimiento obrero como que el propio obrero no tome n? ta de e? l. En el consentimiento a las mujeres de todas las acti- vi? dades controladas posibles se esconde la permanencia en su des- human. i~acio? n. . En la gran empresa siguen siendo lo que fueron en la familia; objetos. No hay que pensar 5610 en su sombri? a joma. da laboral. ~ en su vida en el seno de la profesio? n, que establece unas condiciones de trabajo de tipo dome? stico cerrado en medio de las otras absurdas de la industria, sino tambie? n en ellas mis. mas. Do? cilmente, sin ningu? n impulso en contra, reflejan la domi-
nacio? n y se identifican con ella. En lugar de solucionar el proble- ma de la mujer, la sociedad masculina ha extendido de tal manera su principio, que las vi? ctimas no son ya en absoluto capaces de
hacerse euest~o? n d e la ~uestio? n misma. En la med id a en que se l~ conced~ cierta cuanna de bienes mercantiles aceptan con una? - n~me entuslaSm? su suerte, dejan el pensamiento para los hombres, d:f? ? m? ? n todo tipo de reflexio? n que choque con el ideal de femi- nidad propagado por la industria cultural y se abandonan de grado y por entero a la esclavitud, en la que ven la realizacio? n de su sexo. Los defectos resultantes, que son el precio que han
de pagar, y en ? rimer te? rmino la estulticia neuro? tica, contribuyen a la permanencia de la situacio? n. Ya en la e? poca de Ibsen la ma- yorfa de las mujeres que representaban algo en la burguesi? a esta- ban prontas a arremeter contra la hermana histe? rica que en su lu- gar opta~a por el desesperado intento de escapar de la prisio? n de la SOCiedad que tan severamente les oponi? a a todas ellas sus
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? cuatro paredes. Pero sus nietas se reira? n indulgentemente de la histe? rica sin sentirse afectadas y la entregara? n a la asistencia so- cial para ser sometida a un bene? fico tratamiento. La histe? rica, que deseaba lo maravilloso, es ahora relevada por la loca furiosamente
activa, que de ningu? n modo espera el triunfo del infortunio. Pero quiza? eso sea lo que ocurre siempre con toda caducidad. Esta no es consecuencia de la mera distancia temporal, sino del juicio de la historia. Su expresio? n en las cosas es la vergu? enza que se apo- dera del descendiente a la vista de la posibilidad pasada para cuya realizacio? n llego? larde. Lo consumado puede olvidarse y a la vez conservarse en el presente. Anticuado so? lo lo es lo que fracaso? , la promesa rota de algo nuevo. No en vano se llaman <<modernas>> las mujeres de Ibsen. El odio a lo moderno y el odio a lo anticuado son lo mismo.
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LJ verdad sobre Hedda Gabler. - E I esteticismc del siglo XIX no puede entenderse histo? ricamente desde si? mismo, sino u? nica- mente en relacio? n con la realidad que lo sostuvo: los conflictos sociales. En la base de la amoralidad esta? la mala conciencia. La cri? tica no hizo sino confrontar la sociedad burguesa, as? en lo eco- no? mico como en lo moral, con sus propias normas. En cambio al estrato dominante, cuidando de no caer sencillamente en la mentira apologe? tica y su impotencia al modo de los poetas coro resanes y los novelistas conservadores, no le quedo? otro recurso que el rechazo del principio por el que se regi? a la sociedad, esto es, su propia moral. Pero la nueva posicio? n que ocupo? el pensa- miento burgue? s radical bajo la presio? n del que empezaba a abrirse paso no se agoto? en la mera sustitucio? n de la apariencia ideole? - ca por una verdad proclamada con la furia de la autodestruccio? n, en permanente irritabilidad y dispuesta a la capitulacio? n. La re- belio? n de lo bello contra lo bueno en e! sentido burgue? s fue una rebelio? n contra la bondad. La bondad misma es la deformacio? n de lo bueno. Al separar el principio moral del principio social y tras- ladarlo a la conciencia privada lo limita en un doble sentido. Renuncia a hacer realidad la situacio? n de humana dignidad que se afirma en el principio moral. En cada uno de sus actos hay inscrito algo de consoladora resignacio? n: tiende a la mitigacio? n, no a la curacio? n, y la conciencia de la Incurabi? lldad termina pac- tando con aque? lla. De ese modo la bondad es limitada tambie? n
en si? misma. Su falta esta? en la familiaridad. Aparenta relaciones directas entre los hombres y anula la distancia so? lo mediante la cual puede el individuo protegerse de la manipulacio? n de lo gene- ral. Precisamente en el contacto ma? s estrecho es donde ma? s dolo- rosamente experimenta la diferencia no superada. La condicio? n de ajeno es el u? nico anti? doto de la enajenacio? n. La efi? mera ima- gen de armoni?
tiones: del primado de la rezo? n pra? ctica al odio a la teori? a no ha habido ~unca. ma? s que un paso. Esta dina? mica es propia de toda marcha idealista del pensamiento: hasta el esfuerzo inmenso de Hegel de detenerla por medio de si? misma sucumbio? a ella. Pre- tender deducir el mundo en palabras a partir de un principio es la forma de comportamiento propia del que quiere usurpar el po- der en lugar de oponerle resistencia. Los usurpadores dietan fre. cuente ocupacio? n a Schiller. En la glorificacio? n clasicista de la sobe. ranla sobre la naturaleza se refleja lo vulgar e inferior por medie de la sistema? tica aplicacio? n de la negacio? n. Inmediatamente
detra? s del ideal esta? la vida. Los aromas de las rosas del Eli? seo demasiado beatificados para atribuirlos a la experiencia de una u? ni- ca rosa, h. uelen a tabaco de oficina, y el mi? stico requisito lunar se ~reo? a Imagen de la la? mpara de aceite a cuya exigua luz el es- rudiante suda preparando su examen. La debilidad ya utilizo? su fuerza para denunciar como i? deologja las concepciones de la bur- guesi? a supuestamente ascendente en los tiempos en que tronaba contra la tirani? a . En el ma? s i? ntimo recinto del humanismo, en lo que es su verdadera alma, se agita prisionera la fiera humana que
con el fascismo convertira? el mundo en prisio? n.
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Los bandidoJ. - EI kantiano Schiller es en igual medida menos sensual y m~s sensual que Goethe: tan abstracto como el que cae en la sexualidad . Esta, como deseo inmediato, convierte a todo en objeto de su accio? n, y de esa manera lo hace igual <<Ameli? a para la bandas-e, ante 10 cual Luisa se pone alimonada. Las muje-
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? ? ? ? ? ? ? ? res de Casanova, que no por caso aparecen a menudo con inicia- les en lugar de nombres, apenas se dislinguen unas de otras, como tampoco las figuras que al compa? s del o? rgano meca? nico de Sade forman complicadas pira? mides. Algo de e? sta crudeza sexual, de esta incapacidad para distinguir, hay tambie? n en los grandes siste- mas especulativos del idealismo, pese a todos los imperativos, y que encadena el espi? ritu alema? n con la barbarie alemana. El ardor del campesino, a duras penas mantenido a raya por las amenazas de los cle? rigos, defendio? como algo auto? nomo en la metafi? sica su derecho a reducir a su esencia propia todo lo que se le oponi? a con tan pocos escru? pulos como los lansquenetes a las mujeres de la ciudad conquistada. La pura accio? n (Tathandlung) es la vileza proyectada en <le! cielo estrellado sobre nosotros>>. En cambio la mirada de largo alcance, contemplativa, ante la que se despliegan los hombres y las cosas, es siempre aquella en la que el impulso hacia el objeto queda detenido y sujeto a reflexio? n. La contem- placio? n exenta de violencia, de la que procede todo el gozo de la verdad, esta? sujeta a la condicio? n de que el contemplador no se asimile al objeto. Es la proximidad de la distancia. 5610 porque Tasso, al que los psicoanalistas atribuiri? an un cara? cter destructivo, se acobardaba ante la princesa y fue, como civilizado, vi? ctima de la imposibilidad de lo inmediato, hablan Adelaida, Clara y Margarita el lenguaje directo y desembarazado que las convierte en imagen de la prehistoria. El reflejo de lo vital en las mujeres de Goerbe hubo de pagarse con la renuncia y el alejamiento, y hay en ello algo superior a la mera resignacio? n ante la victoria del orden. La contrafigura absoluta, si? mbolo de la unidad de lo sensual y lo abs- tracto, es Don Juan. Cuando Kerkegaard deci? a que en e? l la sen- sualidad era so? lo principio, palpaba el escrero de la sensualidad misma. En la ri? gida perspectiva de e? sta se halla, en tanto que no deja lugar al conocimiento de si? mismo, lo ano? nimo}' desdichada- mente universal que, en el negativo de la renovada sobcranla del pensamiento, fatalmente se reproduce.
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* Palabra que significa baile en corro y que metafo? ricamente sintetiza las situaciones creadas en la obra: las relaciones de la prostituta con el sol-
presenta la risuen? a contrafigura de la puritana- , le dice: <<Anda, ? por que? no tocas el piano? >> Ella ni desconoce la finalidad de la proposicio? n ni se resiste propiamente. Su reaccio? n pertenece a un plano ma? s profundo que el de las barreras convencionales o psico- lo? gicas. Delata la frigidez arcaica, el temor del animal hembra al aparcamiento, que no le produce sino dolor. El placer es una ad-
quisicio? n tardi? a, apenas ma? s antigua que la conciencia. Cuando se observa co? mo los animales se unen compulsivameme, como bajo un hechizo, se comprende que decir <<En el gusano alienta ya el placer>> * es una mentira idealista ma? s, por lo menos en 10 que concierne a las jo? venes que viven el amor desde la falta de liber- tad y no lo conocen sino como objeto de coaccio? n, Algo de esto ha permanecido en las mujeres, especialmente en las de la peque- n? a burguesi? a, hasta la era industrial tardi? a. El recuerdo del antiguo trauma pervive a pesar de que el dolor fi? sico y el temor inmediato han sido eliminados por la civilizacio? n. La sociedad continu? a red u-
ciendo la ent rega femenina a la condicio? n de sacrificio de la que libero? a las mujeres. Ningu? n hombre que hiciera proposiciones a una infeliz muchacha dejari? a de reconocer en la oposicio? n de e? sta - a menos que se halle embrutecido-e, el mudo momento de su derecho a la u? nica prerrogativa que concede la sociedad patriarcal a la mujer, la cual, una vez persuadida tras el breve triunfo del <<no>> debe automa? ticamente cargar con las consecuencias. Ella sabe que, desde los ori? genes, por ser la que consiente es al mismo riem. po la engan? ada. Y si a causa de ello se repliega en si? misma, tanto ma? s se engan? ara? . Esto es 10 que encierra el consejo a la novicia
que Wedekind pone en boca de la madama de un burdel: <<So? lo
hay un camino en este mundo para ser feliz, y es hacerlo todo
porque los dema? s sean lo ma? s felices posible. ? El placer propio
tiene como condicio? n un rebajarse sin li? mites, situacio? n de la que
las mujeres, por su temor arcaico, son tan poco duen? as como los
hombres en su presuncio? n. No so? lo la posibilidad objetiva, tamo
bie? n la capacidad subjetiva de felicidad pertenece primariamente a la libertad.
dado, de e? ste con la doncella, de la misma con el ioven caballero, de tal caballero con 111 dama soltera, de e? sta con el hombrc casado y as! hasta Cerrar el corro con las relaciones del conde con la meretriz. Escrita en 1897, su intencio? n era la de mostrar la igualdad de los hombres baio el impulso sexual. [N. del T. ]
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a coloreada de la pequen? a HiLJe Wangel de la e? poca en que su madrastra, la dama del mar, la dejo? sola en casa, y el pequen? o Robert . . . . vo- landa ma? s alto que la torre de la iglesia a causa del vendaval, su creador en persona. ? Y que? otra cosa desea Hans Guck-in-die- Luft ** sino ver el sol? ? Quie? n lo atrajo al agua sino la <<Ratten- mamsell>> de El pequen? o Eyoll, de la misma estirpe que el sas- tre ** con su tijera? Pero el severo poeta hace lo mismo que der grosse Nikollls **; sumerge las estampas infantiles de la moderni- dad en su gran tintero, las ennegrece con sus faltas y las saca agita? ndose como marionetas, y de ese modo abre su propio pro- ceso .
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Excaoacia? n. - En cuanto se pronuncia un nombre como el de Ibsen, inrnediatamenje se levantan voces tacha? ndole a e? l y a sus personajes de anticuados y superados. Son las mismas que hace sesenta an? os se escandalizaban del elemento modernista disgrega-
* F. scnuee. A"di~Freede,31. (N. d~lT. )
** Personajes del popular libro infantil de Hcoinrich Hoffmann (1798- 1874), cada uno de 105 cuales encarna, en una breve historia versificada, las faltas del comportamiento infantil, y sufrco unas consecuencias con cuya dureza no encontramos hoy otra ejemplaridad que la de la e? poca. Entre dichos pcr- sonajes, Struwwrlpcter, que da titulo al libro, representa al nin? o desarre- glado , Zappd ? Philipp al revoltoso, Suppc,,-Kaspay al que se niega a comer y 1fil"s-Cuck-i,,-di~. Luft . 1distrafdoe desatento. [N. del r. l
dar e inmoralmente atrevido de Nora y de Espectros. Ibsen, el burgue? s encarnizado, libero? su encarnizamiento sobre la sociedad de cuyos principios mismos recibio? su inflexibilidad y sus ideales. Represento? . a los diputados de la mayori? a compacta, que abuchea- ba al enemIgo del pueblo, en un pate? tico pero grani? tico monumen- to, y e? stos no se sienten todavi? a adulados. De ahi? que sigan es. tanda a la orden del di? a. Donde las gentes razonables son una? ni- mes en . calificar la conducta de los no razonables puede sospe-
c~arsc: siempre un no logrado arrumbamiento, algunas dolorosas clca~rlces'. Tal ocurre con el tema de la mujer. Es cierto que con la disoluci o? n de la economi? a competitiva liberal-masculina con la parti. cipacio? n . de las mujeres en el empleo pu? blico - q ue ? 'as hace tan independientes como los hombres dependientes- con el en- canto de la familia y el ablandamiento de los tebu? es 'sexuales el problema ya no . es, en la superficie, tan <<agudo>>. Pero la persis- tencia de la SOCIedad tradicional al mismo tiempo ha torcido la
emancipacio? n de la mujer . Nada es tan sintoma? tico de la decaden- cia del movimiento obrero como que el propio obrero no tome n? ta de e? l. En el consentimiento a las mujeres de todas las acti- vi? dades controladas posibles se esconde la permanencia en su des- human. i~acio? n. . En la gran empresa siguen siendo lo que fueron en la familia; objetos. No hay que pensar 5610 en su sombri? a joma. da laboral. ~ en su vida en el seno de la profesio? n, que establece unas condiciones de trabajo de tipo dome? stico cerrado en medio de las otras absurdas de la industria, sino tambie? n en ellas mis. mas. Do? cilmente, sin ningu? n impulso en contra, reflejan la domi-
nacio? n y se identifican con ella. En lugar de solucionar el proble- ma de la mujer, la sociedad masculina ha extendido de tal manera su principio, que las vi? ctimas no son ya en absoluto capaces de
hacerse euest~o? n d e la ~uestio? n misma. En la med id a en que se l~ conced~ cierta cuanna de bienes mercantiles aceptan con una? - n~me entuslaSm? su suerte, dejan el pensamiento para los hombres, d:f? ? m? ? n todo tipo de reflexio? n que choque con el ideal de femi- nidad propagado por la industria cultural y se abandonan de grado y por entero a la esclavitud, en la que ven la realizacio? n de su sexo. Los defectos resultantes, que son el precio que han
de pagar, y en ? rimer te? rmino la estulticia neuro? tica, contribuyen a la permanencia de la situacio? n. Ya en la e? poca de Ibsen la ma- yorfa de las mujeres que representaban algo en la burguesi? a esta- ban prontas a arremeter contra la hermana histe? rica que en su lu- gar opta~a por el desesperado intento de escapar de la prisio? n de la SOCiedad que tan severamente les oponi? a a todas ellas sus
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? cuatro paredes. Pero sus nietas se reira? n indulgentemente de la histe? rica sin sentirse afectadas y la entregara? n a la asistencia so- cial para ser sometida a un bene? fico tratamiento. La histe? rica, que deseaba lo maravilloso, es ahora relevada por la loca furiosamente
activa, que de ningu? n modo espera el triunfo del infortunio. Pero quiza? eso sea lo que ocurre siempre con toda caducidad. Esta no es consecuencia de la mera distancia temporal, sino del juicio de la historia. Su expresio? n en las cosas es la vergu? enza que se apo- dera del descendiente a la vista de la posibilidad pasada para cuya realizacio? n llego? larde. Lo consumado puede olvidarse y a la vez conservarse en el presente. Anticuado so? lo lo es lo que fracaso? , la promesa rota de algo nuevo. No en vano se llaman <<modernas>> las mujeres de Ibsen. El odio a lo moderno y el odio a lo anticuado son lo mismo.
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LJ verdad sobre Hedda Gabler. - E I esteticismc del siglo XIX no puede entenderse histo? ricamente desde si? mismo, sino u? nica- mente en relacio? n con la realidad que lo sostuvo: los conflictos sociales. En la base de la amoralidad esta? la mala conciencia. La cri? tica no hizo sino confrontar la sociedad burguesa, as? en lo eco- no? mico como en lo moral, con sus propias normas. En cambio al estrato dominante, cuidando de no caer sencillamente en la mentira apologe? tica y su impotencia al modo de los poetas coro resanes y los novelistas conservadores, no le quedo? otro recurso que el rechazo del principio por el que se regi? a la sociedad, esto es, su propia moral. Pero la nueva posicio? n que ocupo? el pensa- miento burgue? s radical bajo la presio? n del que empezaba a abrirse paso no se agoto? en la mera sustitucio? n de la apariencia ideole? - ca por una verdad proclamada con la furia de la autodestruccio? n, en permanente irritabilidad y dispuesta a la capitulacio? n. La re- belio? n de lo bello contra lo bueno en e! sentido burgue? s fue una rebelio? n contra la bondad. La bondad misma es la deformacio? n de lo bueno. Al separar el principio moral del principio social y tras- ladarlo a la conciencia privada lo limita en un doble sentido. Renuncia a hacer realidad la situacio? n de humana dignidad que se afirma en el principio moral. En cada uno de sus actos hay inscrito algo de consoladora resignacio? n: tiende a la mitigacio? n, no a la curacio? n, y la conciencia de la Incurabi? lldad termina pac- tando con aque? lla. De ese modo la bondad es limitada tambie? n
en si? misma. Su falta esta? en la familiaridad. Aparenta relaciones directas entre los hombres y anula la distancia so? lo mediante la cual puede el individuo protegerse de la manipulacio? n de lo gene- ral. Precisamente en el contacto ma? s estrecho es donde ma? s dolo- rosamente experimenta la diferencia no superada. La condicio? n de ajeno es el u? nico anti? doto de la enajenacio? n. La efi? mera ima- gen de armoni?
